domingo, 29 de mayo de 2011

Receta Onomatopéyica


Y heme aquí, después de tantos días sin escribir. Mis musos se han ido de viaje y me han dejado sin literatura que desplegar. 

Es por esto, entonces, que me animo a compartir otro de mis descubrimientos culinarios. Esto lo ha creado una amiga partiendo de la receta de los "chilaquiles". El invento estaba buenísimo. Hoy quise experimentar por mi cuenta. Esta es la versión Nooritania y es ligera en calorías... ¡¡A tomar nota!!

Lo que hace falta para UNA persona...  y, vale,  una mascota:
125 grs. Filete de pechuga de pollo
100 grs Queso Mozarella ligero (él ya es ligero de por sí, pero hay versiones de menos grasa todavía)
1 Tomate grandísimo
1/2 Pimiento verde
1 Cebolla enterita
60 grs. Pasta integral (ya les dije que esto es "light")
1 cucharadita de maizena
Orégano, tó el que quieras
Sal, más de lo mismo
Agrio de naranja

Parte del cuento:
Cojí el pollo -"tiqui-tiqui-tiqui"- lo corté en tiras ni muy grandes ni muy pequeñas (cada boca es un mundo), después -"cián-cián-cián"- piqué la cebolla entera y el pimiento verde (no se fuera a madurar esperando que le llegara el turno de entrar en la olla).

Hablando de ollas, puse dos ollas de las chiquitas (12 cms, masomenos). Una con agua hasta la mitad  para la pasta y la otra con un "fondito" de agua para el pollo y las puse encima del fuego. Cuando el agua empezó a hacer -"blublú"-, eché el pollo junto con la cebolla y el pimiento verde y "sua-suá-suá" le di su remeneá para que no se cocieran por un solo lado.  

En lo que eso hervía,  ajusticié el tomate y le quité la piel. Lo metí en el vaso de la licuadora y "Ñíiiiiiiiiiiiiiiiii", le puse un poquitín de agua, "Ñíiiiiiiiiiiiiiiiii" eché orégano, "Ñíiiiiiiiiiiiiiiiii" ¿Me escucháis?, sal "Ñíiiiiiiiiiiiiiiiii", sí, sal y un poquito de agrio de naranja "Ñíiiiiiiiiiiiiiiiii Ñíiiiiiiiiiiiiiiiii Ñíiiiiiiiiiiiiiiiii" entonces apagué la licuadora ¡Pufff!

¡¡Recordad mover el pollo, no se "vaye" a pegar de la olla!!  Entonces, cojí otra olla, de masomenos 22 cms o lo que tengáis en la alacena.  "Fuápete" eché el tomate licuado y lo calenté a fuego lento. Cuando el pollo estuvo cocido (al vapor, como siempre, que esto es "light") escurrí el agua que quedaba en el fondito y "ríspiti", lo eché con todo en la olla donde estaba calentando el tomate licuado. Cuando este mejunje empezó a hacer "blublujitas", bajé el fuego y agregué el quesito mozarella. Moved con frecuencia que si no se hace una costra en el fondo de la olla y eso no hay "Ninas" que lo arranque (que fue lo que me pasó a mí).  Cuando la pasta gritó ¡sáquenme de aquí!! la escurrí y reservé en el mismo plato en el que me lo iba a  "jolopear" (comer en castellano) así no friego dos veces.  Entonces, seguí moviendo la mezcla queso-tomatil-carnívora y cuando el queso hizo "juaaaaaaaa" y estuvo totalmente derretido, le eché la maizena para que espesara la mezcla.  La maizena siempre, siempre, siempremente, debe ser mezclada en un poco de agua fría antes de echarla en la mezcla caliente, de lo contrario nos comeremos la mezcla con unos deliciosos grumos de maizena. Habla la experiencia.
Bueno, esto ya está. Apagué el fuego y, ahora sí, ¡Rián! eché esta deliciosa salsa sobre la pasta, en mi caso he usado espirales, pero los macarrones, farfalles, tiburones, plumas, todos son bienvenidos.  Os dejo difrutar de este manjar ligero y para la próxima intentaré publicar recetas en las que no se use la licuadora. Todavía me "zumban" los oídos.

¡¡Que aproveche!




domingo, 8 de mayo de 2011

Mantener al alcance de las manos



Abrió de par en par la escalera y la colocó firme en el centro de la  terraza. Era la parte más alta en su vivienda.  Más alta que la misma azotea. En un cuenco azul terciopelo puso agua templada para que sólo titilaran de alegría, nunca de frío. Abrió el frasco de ilusiones y dejó caer sólo un chorrito. Estaba seguro que así brillarían aún más. También llevó consigo un paño blanco: “preferiblemente suave y limpio” según le habían aconsejado los expertos. Sopló ligeramente las nubes más cercanas y, con cuidado de no sacarlos de sus órbitas, apartó los planetas que bailaban en su constelación. En ese momento extendió los brazos y vio que no las podía alcanzar.
Bajó las escaleras y entró al salón. Puso música lenta a muy bajo volumen. Sabía que así las haría acercarse buscando el arrullo de aquel delicioso rumor. Las observó acercarse curiosas, embelesadas. Sigilosamente volvió a subir cada peldaño de la escalera, tarareando la canción.  Extendió los brazos y comprobó que no las podía alcanzar.
Descendió los peldaños un poco nervioso. Corrió al mercado y compró todas las rosas blancas que tenía la marchanta.  Volvió a casa y las puso en un jarrón. Lo tomó con cuidado con sus dos manos y despacio, muy despacio, escaló hasta el punto más alto.  Allí las dejó pensando que se acercarían a olerlas. Esperó. Le pareció ver que venían despacio, ciegas de inspiración a comprobar su perfume. Extendió los brazos  y supo que no las podría tocar. Perdió las esperanzas.
Descontó cada uno de los escalones hasta sentir el suelo en las plantas de sus pies. Apagó las luces del salón.  Se quedó a oscuras  y pensó que eran hermosas dentro de su atlas, que él no tenía derecho de alterar su orden de espacio y tiempo.  A tientas volvió a subir a lo más alto de su escalera y allí se sentó a contemplarlas. A veces le gustaba mirarlas a hurtadillas mientras se ponían el camisón para irse a dormir.
Una de ellas lo pilló en su descarada tarea. Esperó hasta verlo rendirse al sueño. Entonces se le acercó, le susurró al oído su estela de luz y lo abrazó. Él, soñoliento, aprovechó el fulgor de la invitada y tomó el paño blanco y suave de su cuenco de ilusiones y  lo pasó por la espalda de la estrella, una y otra vez, mientras bailaba con ella un compás lento y apretujado. La oía divertirse como una niña traviesa a la que le hacían cosquillas.
Minutos después separó su vista del hombro de su estrella para comprobar frente a él una larga hilera de seres brillantes, celestes y violetas, que esperaban impacientes su turno para poder irse a sus camitas limpias y relucientes aquella noche.