jueves, 3 de mayo de 2012

Permutaciones

Agradecimientos especiales:
A Judit de la Rosa, por ayudarme con el diagnóstico del personaje.
A MAD, por confiarme su historia. 


El sol de media mañana me golpeaba de lleno la espalda trazando un halo delgado en mi hombro izquierdo, pero aun así no entraba en calor. Sentía continuos escalofríos por todo el cuerpo, especialmente en el pecho y la espalda. Allí, junto con algunos de mis compañeros de trabajo miraba incrédula lo que había sucedido. Yo mantenía mi mano izquierda apretada en un puño y contra mi boca,  con los ojos llorosos y moviendo la cabeza. Me negaba a creer lo que había sucedido. Hace apenas quince minutos estaba hablando con aquel chico extraño en su habitación. Él me contaba cosas tan extraordinarias que ahora me es imposible discernir hasta qué punto decía la verdad.
Cuando entré a tomar nota de su estado y darle el alta, inició su presentación aclarándome que él estaba perfectamente y que él sólo había venido a visitarme.
- ¡Ah, muy bien! – le dije sonriendo - ¿Me conoces de algo?
- No, realmente no. Pero te vi y me caíste bien, así que me dije… “me voy a poner donde me pueda ver y, ya de paso, le cuento algo” – me respondió guiñándome  un ojo. No pude evitar sonreír.
Era un chico joven, que no completaría los 15 años. Flaco, un poco alto para su edad. De pelo castaño y ojos verdes, muy pequeños, enmarcados bajo unas cejas muy finas y poco pobladas.
- ¿Cuántos años tienes?- pregunté posando el bolígrafo en la casilla que correspondía a la edad del paciente.
- Ptt… ni idea- contestó con indiferencia.
- ¿Quién es tu médico?- Pregunté
- Mmmmm ¿Pudieras ser tú?
- Vamos a ver ¿quién te trajo aquí?
- Vine yo solo, por mi cuenta, porque quería verte y hablar contigo.
Me quedé en silencio pensando qué debía hacer. Decidí llamar a recepción para que me pusieran al tanto de la situación de este paciente. Cuando iba a tomar el auricular del teléfono, me sujetó la mano y me dijo en tono muy dulce:
- Por favor, no llames a nadie. Siéntate un momento, y te contaré lo que quieras.
Me senté en el bordillo de la cama sobre la que estaba sentado. Apoyaba su espalda en la almohada que había colocado contra la cabecera.
- Dime ¿Algún accidente o lesión importante? –Proseguí con mi cuestionario.
Se quedó pensativo, con su cara recostada sobre sus huesudas manos. Era increíble la blancura de su piel. Tras unos segundos me respondió:
- Si te lo cuento, ¿Me creerías? – Preguntó ladeando la cabeza.
- Cuéntame primero, luego te diré lo que pienso.
- Pues, mira. Cuando tenía unos cinco años, recuerdo que hubo una tormenta impresionante. Yo estaba parado en la puerta del balcón de mi casa viendo la lluvia caer. De repente ¡¡Zasssss!! Cayó un rayo a sólo dos metros de donde yo estaba parado. ¡¡Qué bonito era!! Impresionante. Un destello azul limpio en forma de línea recta, de un centímetro de grosor, si acaso. Me dejó ciego un par de minutos ¡Y sordo! Claro el estruendo fue increíble. Los vecinos salieron todos a ver qué había sucedido. No se explicaban como yo sólo había tenido efectos momentáneos, aquello era para no haberlo contado. Luego empezaron a especular con “sus ciencias”. Que si yo había creado un puente magnético y eso lo atrajo hasta mí, que si los niños no deben pararse en las puertas cuando llueve, que si yo llevaba algún objeto metálico conmigo, y eso junto con el arco de la puerta llamó al rayo… ¡Puf! En fin, gente de pueblo que no entiende que esas cosas le pasan a cualquiera y no tienen mayor importancia. Ya sabes. – Terminó de explicarme.
- ¿Pero ves y oyes bien? – Pregunté
- ¡Claro! ¿No estamos hablando tú y yo? Además, estoy aquí porque “te vi” ¿No? ¡Qué ojos tienes, guapa!
Este chiquillo se estaba ganando mi simpatía a base de piropos. En algún momento me sentí un poco avergonzada y me pregunté si no estaría yo intimando con él, más que rellenando su formulario de entrada al hospital.
- Muy bien, majo – le dije – ¿O sea que de esa lesión no te han quedado secuelas?  – tomé nota, brevemente, de lo que me describió. - ¿Duermes bien? – Proseguí.
- Depende – Respondió escuetamente.
- ¿De? – Pregunté imitando su aire misterioso al hablar.
- De qué día sea.
- No entiendo.
- A ver cómo te lo explico. Mira, en los días en que se acerca el cambio de fase lunar, como que me cuesta “dormir de verdad”. No sé por qué, pero sueño mucho y son sueños muy dinámicos. Estoy corriendo de un lado para otro sin alcanzar lo que busco, o resolviendo enigmas, o preguntando cosas sin obtener la respuesta y mientras más me niegan la respuesta más me empeño en saberla. Es realmente agotador. Pero, pero, pero, mi querida… ¿Cómo te llamas?
- Mari
- Pero, mi querida Mari, la cosa va a peor cuando se acerca el cambio a luna llena.
En ese momento no me pude controlar y dejé escapar una carcajada. Se apresuró a aclararme:
- ¡No! No vayas a pensar que me convierto en hombre lobo ni nada por el estilo. ¡Aúuuuuuuuuufff!! Qué más quisiera yo…
Él se quedó mirándome fijamente hasta contagiarse de mi risa. Entonces, también sonrió y vi que le faltaban dos dientes frontales en el carrillo superior. Un tanto tímido, desvió la mirada y se cubrió la boca.
- ¿Cómo perdiste esos dientes? – quise saber
- No lo recuerdo – contestó – Pero tampoco tiene importancia. Entre sonrisas me dijo – Mejor así. Los “científicos” de mi pueblo dicen que si al morir te faltan dientes, volverás a por ellos. Bueno, volviendo a lo de los sueños, que cuando  se acerca el cambio a luna llena los sueños me duran toda la fase. Y es como si no durmiera.
- Entiendo – dije. Se hizo un breve silencio y luego me dijo
- ¿Te importaría abrirme la ventana? Aquí hace mucho calor.
- Vale ¿Pero no intentarás saltar al vacío? – Le pregunté
- Noooooooo. En todo caso saldré volando. Es más divertido. Mira, igual me rompí los dientes estampándome contra un árbol en los primeros intentos de volar. – y estalló en una risa incontrolada.
Me acerqué al ventanal y desplacé una de las hojas corredizas de la ventana. El aire que entraba, aligeraba la tensión que existía al principio de nuestro encuentro y me fui sintiendo a gusto con él. Pocas veces teníamos en el psiquiátrico enfermos con un carácter tan tranquilo y que mantuviera el hilo de una conversación. No. Definitivamente, este chico no era uno más del montón.
- Oye, no me has dicho tu nombre.
- Khalil. Fíjate, qué curioso. Khalil y Mari.
- Mucho gusto. Por qué te resulta curiosa la coincidencia de nuestros nombres. – dije sintiendo que me subían los colores a la cara. Era pícaro este jovencito.
- ¿Te gusta la literatura? – No me dejó responder cuando agregó – Gibran tenía una “amiga especial” a la que vio sólo una vez en su vida. Se llamaba Mari.
- ¿Crees que no nos volveremos a ver? ¿Es eso lo que me quieres decir?-En ese momento dudé en si había actuado bien al abrir la ventana. Pero pensé que su cuadro psiquiátrico no se correspondía con el de suicidio y, sinceramente, no veía en él razón para preocuparme.
- Bueno. Eso va a depender de si me haces caso o no. Por eso he venido a hablar contigo. Creo que eres especial, una persona muy sensible, sensitiva y sensata.
En ese momento, su profunda mirada se enfrentó a la mía. La expresión de su rostro se había tornado muy seria. Yo no supe si llamar a algún compañero o simplemente dejarle seguir navegando en sus ideas extrañas y que me arrastrara con él hasta su mundo abisal.
- Mari, te estoy hablando – llamó a mi atención- Lo que te voy a contar no es tontería. Tengo la facultad de presentir los terremotos.
Al escucharle exhalé con fuerzas. Por un momento pensé que intentaría golpearme o agredirme de alguna manera.
- Anoche observé que las hojas de los árboles no se están moviendo dentro de su ciclo normal. Si te fijas, verás que al soplar la brisa, las hojas se mueven, pero no así  sus nervaduras ni las ramas sobre las que penden.
En ese momento solté la tablilla y el bolígrafo. Los dejé a un lado de la cama y me giré hacia él completamente, fingiendo que le ponía el máximo de atención.
- Y parece que “éste” será importante. He visto que las hojas que han caído al suelo, tampoco se mueven cuando les sopla el viento. Parece como si estuvieran adheridas al terreno. Si te digo la verdad… no creo que tarde mucho en moverse la tierra. ¿Me prometes que andarás con cuidado? ¿Me prometes que estarás atenta y te pondrás a salvo?


- Pues no lo sé. Nunca he vivido esa experiencia – vi que su carita diminuta se entristecía, por lo que decidí dar un giro a mi respuesta y seguirle el hilo. Necesitaba acabar con esta situación inmediatamente. – Bueno, confío en ser ágil llegado el momento.
- ¡Eso es! Tú, desde que oigas el zumbido, sal corriendo al exterior… y tranquila, todo estará bien.  ¿Me traes agua?  De tanto hablar se me ha secado la boca– Me dijo cambiando de tema bruscamente.
No le respondí. Me levanté y me fui hasta la cocina de la planta. Tomé un vaso de plástico y lo llené con agua. Miré por la ventana y todo el paisaje me parecía una pintura impresionista. Me quedé mirando al infinito y sentí que me petrificaba. Súbitamente percibí un extraño rumor. Parecía el rugido de un animal furioso, violento y despiadado…
-¡¡Corred!! – Grité mientras atravesaba los pasillos a toda prisa - ¡Salid todos del edificio!!  ¡¡Corred!! - Fui hasta el dormitorio de Khalil, pero no estaba en su cama. Bajé las escaleras a toda prisa y salí a descubierto.
En menos de 10 segundos, aquel enorme edificio blanco y de grandes cristaleras se había desplomado, reducido a escombros. Habíamos salvado la vida casi de milagro. Allí estaba yo, con la mirada incrédula cuando oí que alguien me llamaba entre sollozos sacándome de mi abstracción.
- ¿Mari?
Era la recepcionista del hospital. Me abrazó y dijo:
- Gracias, Mari. Si no hubiese sido por ti ¿Dónde estaríamos ahora? ¿Cómo te has dado cuenta tan pronto?- Preguntó con la voz desafinada por el llanto.
- No. No he sido yo. Ha sido Khalil, el paciente que ingresó esta mañana.
En un santiamén dejó de llorar.  Me miró fijamente y me dijo:
- ¿Khalil? No hemos ingresado ningún paciente con ese nombre. Tttt – tttt- tttt- negó con la cabeza - Hoy tampoco hemos ingresado ningún paciente. ¿Khalil? – Dijo toqueteándose alternativamente la frente como queriendo cazar los recuerdos- El último paciente que tuvimos con ese nombre fue hace 7 años. Un adolescente esquizofrénico y murió estando ingresado. Se suicidó saltando por la ventana. Mira si fue extraña su muerte que se dio un buen golpe contra el asfalto pero no se hizo herida ni sangró… si acaso un fuerte golpe en la boca. Eso me dijeron.