miércoles, 11 de agosto de 2010

Confesión




HASTA AGOSTO 2008
Siempre, siempre, siempre. Me llamaba bien entrada la noche. Yo, que suelo llevar el timbre del teléfono bastante alto,  contestaba con premura, no fueran a despertarse todos los vecinos de mi edificio.

-¿Te desperté? – Preguntaba.

-¡No! Ya sabes que trabajo hasta bien entrada la madrugada – Le contestaba yo, riendo…

-¡Andaaaaaa! ¡Fallé! Pues te llamo más tarde- Decía entonces entre carcajadas, para luego decir -¡Dímelo, manita… piesito…!

Y era irremediable, una costumbre que no cambió nunca, nunca, nunca. Día a día, no faltaba la llamada para asegurarse de que yo estaba bien y que yo supiera que él, y el resto de la familia, estaba bien.

ENERO 2009
Una vez más en mi tierra, unos antiguos compañeros de la universidad me invitaron a cenar con su familia. Una pareja adorable con tres niños. La mayor de ellos, a pesar de conocerme ese mismo día, me tomó confianza casi apenas llegar a su casa. Quiso enseñarme todos sus juguetes y explicarme cómo funcionaban. Sus cuadernos del cole, sus muñecas “más favoritas” y sus fotos. Claro, yo por mi oficio, me centré en mirar las imágenes y halagar lo bien que quedaba en las instantáneas.
Una de las imágenes dentro del álbum llamó especialmente mi atención. Allí estaba la nena vestida de ángel, llevando unas alas desplegadas que desprendían un halo de ensueño… 
- ¡¡Realmente pareces un ángel!! – Le dije toda emocionada. 
Ella me miró fijamente a los ojos, pero no respondió nada.  
Mientras tanto, sus padres no creían que la nena me contara tantas cosas y me ofreciera jugar con ella y todas sus muñecas.

-No es muy conversadora, considérate con suerte – Me dijo su madre.

Más tarde, a la hora de la cena, la nena quiso sentarse a mi lado. Mientras tomábamos la sopa de tomate que había hecho su madre, nuevamente le comenté lo impresionante que estaba en la foto.

-Mi reina, de verdad, estás preciosa. Pareces un ángel de los de verdad - verdad– le dije.

Esta vez, me miró fijamente a los ojos y se acercó a mi para decirme susurrando:

-Es que YO soy un ángel.

No pude contener la risa, el gesto de que estaba rompiendo su silencio para hacerme una gran revelación, me pareció fascinante.

-¡¡Pero yo no te veo las alas!! – Le dije, mientras hacía ademán de que le quería revisar la espalda.

- No. No lo has entendido. A los ángeles sólo se le pueden ver las alas cuando todos los demás están durmiendo.

En ese momento lo entendí.

AGOSTO 2010
El día de su partida, más de uno afirma haber visto una estela en el cielo con forma de ángel, luego se transformó en paloma y se desvaneció en ascensión vertical.

Yo sólo sé que hoy hace dos años que mi vida quedó desangelada.

Te extraño mucho.

Besos en el alma, mi gordo.


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