sábado, 9 de enero de 2010

Memorias de un sofá


Aquí donde me veis, estático y curtido por el tiempo, tengo mucho, mucho que contar.

Llegué a esta tienda hace más de cinco años. En mis primeros años de exhibición fui rojo con brocados anaranjados y desde hace tres años visto este tapizado verde con ramos beige. A mi lado han estado varios Luis XV, canapés y algún que otro juego de sala, quienes siempre fueron muy pretenciosos, y, a pesar de haberme portado con ellos como todo un señor sofá, se han ido sin decir adiós, a casa de gente muy rica ¡Silbando de alegría! Me gustaría saber qué será de ellos. Sobre todo los Luises. Seguro que estarán llenos de rayones en su muy fina madera. Se lo merecen ¡por arrogantes!

Sin embargo, recuerdo con mucho cariño a un escabel que era muy cómodo y muy amable conmigo. Hay que ver cómo nos reíamos por las noches, cuando algunos tontos se paraban frente al escaparate a mirarnos. ¡La ilusión de llevarnos a su casa les duraba hasta que veían el precio! Cómo echo de menos al rosadito ese, ¡mira que era majo! Pero de quien nos reíamos de verdad era de una lámpara de pedestal que tenían en el fondo de la tienda ¡Uy, qué estirada era! Era muy creída: "A mí me pondrán en una sala muy ancha" Ya lo creo. Hasta que un día la señora de la limpieza se enredó con su cable eléctrico y ya no nos reímos más.
Pero más que de mis compañeros de salón, con quien comparto ilusiones y desventuras, me gustaría hablar de mi vida. La personal. La mía. ¿Sabéis a qué me refiero? Esto de ser sofá no es tarea fácil. Peor todavía cuando te toca, por fabricación, ser sofá cama. Que es mi caso.

En una ocasión, hace más de tres años, se enamoró de mí una señora de unos 94 ó 96 kilos y dijo que no reistía la tentación y que me probaba en el momento. ¡Vaya esfuerzo el que tuve que hacer! Sudé como un loco. Pero no me dejé romper ¡no señor! Bueno, no del todo, porque desde ese día tengo artritis en algunos resortes, a pesar de que el propietario de la tienda me envió inmediatamente al taller. Me reemplazaron cuatro resortes y ¡Qué rico el aceite que me echaron en las tuercas! Aún siento algunas molestias, pero ahí vamos.

También recuerdo a un tipo que, supuestamente, me quería para la habitación de su hijo. ¡Mentiroso! Se sentó encima mío para deshogarse ¡Qué indecente! Por lo menos hubiese tenido la gentileza de "levantarse un poquito" antes de abrir la
válvula de escape. Pero qué va. Me lo tuve que tragar entero y no decir ni pío. Hasta el día de hoy me sale un aliento a ... mejor me callo. ¡Barbarazo! Si algún día vuelve, juro que me parto en dos pedazos, mandaré al diablo todos los resortes, la artritis y la vergüenza.

Pero la peor de todas mis desgracias fue el día que una anciana vino con su nieta de tres años. Me quería para ponerme en su salón durante las vacaciones de la niña. Me abrieron la cama (¡cómo me rechinaron las tuercas! ¡Cómo me dolió! pero yo aguanté, como un hombre), pusieron a la niña encima mío y la muy descuidada me empapó de arriba abajo. ¿Es que su abuela no conoce las ventajas del pañal desechable? En invierno hasta se agradece, por el calorcito que proporciona... ¿pero en verano? Menos mal que era de niño y
eso con agua y jabón se quita. Hay que ver que muchos nacen estrellas, pero yo he nacido estrellado.

Aunque me resulte difícil aceptarlo, también mantengo una relación sado-masoquista con la señora de la limpieza. Monina me dice cosas bonitas mientras me azota para quitarme el polvo y la suciedad. Me dice cosas así como:
"Este tiene tanto tiempo aquí que terminaré llevándomelo a mi casa"; "lo he limpiado tantas veces que lo siento como de mi propiedad". A mí me parecen cosas bonitas. Está coladita por mí. Y ese es el tipo de amor que ando buscando, no el que se impresiona la primera vez que me ve, sino el que de tanto tratarme se da cuenta de lo que valgo. Ahora, para ser sincero, no me gusta cuando me pasa la aspiradora... ¡Me está dejando calvo! Pero lo que no le perdono es que la semana pasada se haya quedado perpleja mirando el sofá que hicieron por encargo. Pero no hay por qué preocuparse, ese se va pronto. Y no niego que le tengo unos celos cochinos a la mesa laqueada, he visto que la limpia con un paño de algodón y es como si la estuviese acariciando ¡O haciéndole cosquillas!

¡Anda! Que ya amaneció. Están encendiendo las luces del local, así que mañana os sigo contando mi vida. ¡Ciao!

Marzo 2005

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