jueves, 25 de noviembre de 2010

Axioma


Mi nombre es Ponce, soy nativo de Astorica, aunque pasé mi infancia en Tarraco, el pueblo de mi madre, situado al nordeste de Hispania. Soy el procurador de la provincia de Judea y me he visto obligado a realizar el juicio más controvertido de toda mi historia profesional. No sé por qué razón, hace dos semanas atrás, se presentaron unos soldados romanos con un individuo del que nunca había oído hablar. Un muchacho alto, flaco, con barba espesa y de pelo castaño. Un poco desaliñado y con ropas raídas. Lo acusaron de blasfemia, lo cual no está penalizado en el código civil romano. Por los argumentos que escuché me dio la impresión de que los sumos sacerdotes se sentían amenazados por este hombre. En fin, que aquí se presentaron con él y me pidieron que le condenara a crucifixión. ¡¡Crucificar a un blasfemo!! Sin leyes que me apoyen a tomar esa decisión y que me amparen en el caso de que el emperador me pida cuentas posteriormente. Pues aquí estuvo, en este mismo balcón donde estamos ahora. Le hice mil preguntas pero no contestó ninguna. Estuve con él más de dos horas y no quiso responder nada. Un tal Lucas, quien creo es muy amigo de este muchacho, ha asegurado que se lo envié a Herodes, pero no es cierto. Ese señor y yo no nos hablamos desde hace mucho tiempo. Diferencias de posturas políticas. Así que yo no le iba a dar la oportunidad de que se creciera pensando que este es un juicio que no puedo resolver. Y menos mal que así lo hice, antes de ayer me enteré que Herodes tenía ganas de que se lo llevaran y procesarlo él. ¡A saber a qué vejaciones le sometería si yo le hubiese propiciado la ocasión! Sinceramente, cuando evalué la situación, inmediatamente lo tuve claro. Le dejaría libre sin ningún cargo.
Pero la mala suerte estaba de su lado. En Judea existe la tradición de liberar un preso con ocasión de las Pascuas y el pueblo era quien tomaba la decisión.  Así que uno de los sacerdotes de la tribuna se aferró a ese recurso y sugirió que fuese el soberano quién decidiera el destino del muchacho.
Espero estar equivocado, pero me dio mucho qué pensar el hecho de que todo el pueblo pidió que liberara a un ladronzuelo de poca monta, estafador a base de prestidigitación.  Toda la masa popular estaba aglomerada a los pies del balcón de este tribunal y cuando se les presentó a los dos candidatos, gritaban como si estuvieran fuera de sí que liberara al preso. ¡Libera al preso, libera al preso! ¡Crucifica al blasfemo! Y digo que me dio qué pensar porque es que entre los asistentes había familias completas que son muy cercanas a los sacerdotes  y otros miembros del Sanedrín que se dejan influenciar por éstos a cambio de bendiciones y favores ¿Entiende usted a qué me refiero, verdad?
¿Sabe qué me llamó mucho la atención? Que casualmente los dos tenían el mismo nombre sólo que uno de ellos en arameo y el otro en hebreo… ¡Qué ironía! Es como si nos quisieran decir que no importa cuál muera en la cruz, el destino descartaba la cara buena o la cara mala por capricho, al azar.  ¡He aquí al hijo del Padre, crucificado!
Finalmente, no me quedó más opción que aceptar la voluntad del pueblo. En principio, ellos eligieron el destino del acusado. A mí sólo me quedó encogerme de hombros y cumplir con la tradición.
No quiero terminar mi declaración sin antes subrayar que el hecho de que me haya lavado las manos en público no sólo ha sido un acto simbólico de mi inocencia y desacuerdo con la decisión tomada ante el pueblo y los sacerdotes, sino también delante de mi mujer que me pidió encarecidamente que no permitiera que le mataran. Ella al igual que yo sabemos que poco o nada tiene que ver el acusado con las causas por las que se le juzgaba.

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Mi nombre es Yehshuah, tengo 33 años y nací en Belén. Durante los primeros años de mi vida me dediqué a la ebanistería, que era el negocio familiar de varias generaciones. Hace mucho tiempo atrás, tras la muerte de mi padre José, tuve la oportunidad de viajar a otras latitudes tan exóticas como lejanas. No le negaré que fue muy fácil, tan sencillo como ofrecerme de ayudante en las caravanas de comerciantes que pasaban por la ruta de Palestina,  camino de la India.
En aquel tiempo y en aquellos lugares estaba floreciendo un nuevo tipo de religión muy innovadora en la que se promovía el amor al prójimo, ayudar a los pobres y a los enfermos y hacer el bien como forma de vida y garantía de paz interior. Le puedo asegurar que a los 14 años ya conocía perfectamente los principios del budismo.  Los eruditos del Himalaya me llamaban Issa y decían que “por mi boca hablaba Dios”. Pero en Oriente no sólo aprendí sobre religión. También aprendí bastante sobre política y leyes.
Hace dos años atrás, decidí regresar a casa. Pensé que mi madre estaba sola y se estaba haciendo mayor. Al llegar a mi tierra me di cuenta que había mucho qué enseñar, así que me dediqué a enseñar al pueblo las lecciones que había aprendido en mis años de ausencia. En ese entonces no era consciente de que tanta información no se puede aplicar toda junta ni podía pretender que me entendieran lo que realmente quería expresar. Y es por eso que hoy estoy a la espera de un veredicto. Ya me ve usted aquí, en la sala de espera de un tribunal. Yo, un hombre que he cruzado las fronteras del mundo y que de cada lugar que visité, procuré investigar las últimas corrientes del pensamiento humano. ¿de qué me ha valido? ¡De nada! ¿Sabe cuál ha sido la causa? Que he puesto en evidencia al emperador romano y le he demostrado al pueblo cómo les está desfalcando con los impuestos para después no hacer nada a favor de ellos. Ni un hospital, ni termas públicas, ni acueductos ¡Nada! Y es que les obligan a pagar una barbaridad cada cierto tiempo ¿y dónde está ese dinero? En monumentos para que perdure la figura del emperador en la memoria de los hombres y en grandes edificaciones para uso y disfrute de los gobernantes. ¡Y eso no puede ser así! Si la gente está dando su dinero es para que los que gobiernan construyan una mejor ciudad para los que viven en ella. Que por lo menos no se les desgasten las sandalias con estas calles tan mal adoquinadas ¡Es una vergüenza! Con lo que cuesta producir y ahorrar en estos tiempos.
Me ha dicho uno de los centinelas que me va a recibir Ponce, el procurador. Este señor tiene fama de tonto e influenciable. ¡Pobre de mí como estén los sacerdotes allí dentro con él!  Esos son los que más ganas me tienen. Se han enterado de mis estudios y preparación en la India. Más de una vez he dejado al descubierto su ignorancia delante del pueblo. Pero no es por el budismo que me quieren atacar. No. Es porque ellos también reciben su “cuota” de parte del emperador y si sigo incitando al pueblo a que no paguen impuestos, a la corta o a la larga, la institución que representan se verá afectada y se les acabarán los privilegios.  Una cosa está más que clara, ellos no me van a denunciar por política ¿Un sacerdote preocupado por asuntos terrenales? Imposible.
En cuanto a mí, pienso defenderme con uñas y dientes. Yo no me le quedo callado a nadie y menos a esos abusadores, hipócritas e ignorantes.
Vienen dos soldados a buscarme.  Una pregunta antes de irme ¿Qué sabes tú de un tal Bar Abba? Hace rato que oigo su nombre entre los soldados. No sé qué pasa con él.

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Mi nombre es Bar Abba y sí existo. Mucha gente dice que soy una leyenda urbana porque no tengo nacionalidad ni edad específica.  Pero aquí me ves: de carne y hueso.  No tengo muy claro qué hago metido en este lío. Ponce me pidió que viniera a presenciar este juicio y me ordenó que me quedara callado todo el tiempo.  Espero que no tarde mucho porque mi mujer me está esperando en casa. Esta noche me ha preparado queso con miel y pan. Todo hecho por ella. Cuando salí de casa estaba encendiendo el fogón para hacer el pan. 
El procurador me dijo que me daría una buena recompensa si todo salía bien. Sus instrucciones fueron breves y concisas: Mantente callado. A todo lo que te digan tú sonríe con ironía. Si la gente empieza a gritar tu nombre, levanta los brazos e incítales a seguir gritando. Si eso es lo que quiere, ya puede estar tranquilo, él sabe que esa es mi especialidad.  Lo único que me inquieta es que no me haya pedido usar un nombre falso. Realmente, no creo que pueda traerme posteriores inconvenientes. En el Teatro siempre me llaman por el nombre del personaje y desde mis inicios el público me conoce por Lucas.

2 comentarios:

  1. Ey, muy bueno, me ha gustado mucho!!

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  2. ¡Muchas gracias Tania! Espero subir pronto más poemas, tu comentario me anima aún más a ello. Por cierto, el miércoles 23 de febrero haré una aparición parecida a la del año pasado en Fuenlabrada. Pero si puedo verte antes, mejor. ando enfrascado en tantas cosas que me roban mi tiempo libre, pero te mando un abrazo muy fuerte (desde cierta cueva repleta de libros viejos) y te pido que, en cuanto estés cerca físcamente y con ganas de vislumbrarme, me des un toque o dos en mi pecera, y buscaré otro huequito :)

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