jueves, 17 de noviembre de 2011

Borach Nivola


Era noche cerrada y la visión se dificultaba a causa de la borach nivola. La carretera no tenía ningún sistema de iluminación, más que las señales retroreflectantes del asfalto y los ojos de gato en los laterales. Aun quedaban 20 kilómetros para llegar a destino cuando sintió una vibración extraña en su galbet. Una vibración que pasó a ser un temblor desmesurado y que pronto se convirtió en una humareda que salía por los laterales del capó. Disminuyó la marcha, encendió las luces intermitentes y paró en el arcén. Tiró del quinblusfestrim y abrió el capó. Se ajustó bien la bufanda y se abrochó el abrigo y bajó del galbet.  Levantó la plancha de metal y se quedó con los ojos en blanco. Un enredo de cables le daban un aspecto de mujer despeinada al motor. Se llevó las manos  a la cara y negó tres veces con la cabeza.
-Es prugo – Se dijo.  Y ahora, ¿Cómo ordeno esto?
A duras penas y malamente, hizo funcionar una vieja linterna que tenía en el maletero. Las pilas habían resistido a la humedad y al tiempo en desuso.  Fue tomando uno a uno los cables del demencial embrollo.
-El azul, si mal no recuerdo, es el que une la coclaina con la butodia. – Pensó
-El rojo, pasaba electricidad de la butodia a la termocopla… ¿O era al cimilindrón?  - se preguntó – No, el rojo pasa la electricidad de la butodia al cimilindrón. – Ahora parecía que el frío y la borach nivola se colaban en su cerebro y no le permitía pensar claramente. 
-¡Carajo! – exclamó- qué pena que aun no se hayan inventado los teléfonos móviles ni los seguros de asistencia en carretera.  Iba yo a estar rompiéndome la cabeza tratando de adivinar cómo poner en funcionamiento este galbet de …   Si tiene más años que yo y mi bisabuela.
Tomó una bocanada de aire y reanudó la tarea adivinatoria nuevamente. 
-¿Y este cable amarillo? No, esto no es amarillo…  acercó la linterna para ver bien y descubrió que no era un cable, sino una manguera de color ambarino.
-¡Anda! Yo pensé que es prugo, pero es pruguísimo- Exclamó sacando al exterior del Galbet la manguera.
La examinó a todo lo largo y ancho. Luego miró por uno de sus orificios tratando de encontrar el otro desde el interior. Como quien mira con telescopio a las estrellas. Le cayó una gota de glimigrim en el ojo.
-¡Ay, ay! – gritó – ¡Lo que me faltaba! – se limpió el ojo y luego se llevó la mano a la nariz. Sí, era glimigrim.
-Osea, que si la manguera de glimigrim no está conectada al motor, no hay mucho que hacer.  El galbet no arrancará ni con oraciones. A ver, ¿Dónde va conectado esto?
Se acercó al motor y justo en el momento en que creyó ver el pitorrito donde debía conectar la manguera, se apagó la linterna. Empezó a darle golpecitos contra la estructura del galbet intentando que se encendiera nuevamente, pero con el balanceo cayó el capó dejando atrapado en el interior la mitad del cuerpo del aprendiz de mecánico.
-¡¡Peplom Selam!! – gritaba - ¡Peplom Selam! –vocifereba y movía las piernas que se le quedaron prácticamente en el aire.
Justo en ese momento, otro coche cruzó por su lado. El conductor apenas miró la escena, pero su mujer no podía apartar la vista de aquel extraño cuadro.
-Amor, ¿has visto eso?  Da la impresión de que se ha tragado a una persona. – Dijo la mujer.
-Nada raro. Los galbet hay que conocerlos bien, de lo contrario si te quedas en la carretera una noche de borach nivola como esta, es prugo.


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